
La gran obra de Leonardo da Vinci, «La Última Cena», comenzó a deteriorarse poco después de su finalización en 1498. A lo largo de los siglos, varios intentos fallidos de restauración solo empeoraron su estado. No fue hasta 1977 cuando Pinin Brambilla, una de las mayores autoridades en conservación de frescos renacentistas, asumió la tarea de restaurar esta obra maestra.
Brambilla se encontró con un mural casi irreconocible, cubierto por múltiples capas de yeso y pintura. La técnica experimental de Da Vinci, que utilizó óleo sobre yeso seco, resultó ser un fracaso, ya que los pigmentos no se adhirieron correctamente a la pared. Además, factores como la humedad y el humo de la cocina del monasterio contribuyeron al deterioro.

El proceso de restauración fue meticuloso y duró más de dos décadas. Brambilla y su equipo trabajaron en pequeños fragmentos, utilizando cámaras diminutas para identificar las capas de pintura originales. Con paciencia y precisión, retiraron las capas superpuestas, revelando los colores y detalles originales de la obra.
A pesar de las críticas, Brambilla quedó satisfecha con su trabajo, devolviendo a «La Última Cena» su esplendor original y corrigiendo los errores de restauraciones anteriores. La obra, restaurada en 1999, sigue siendo un testimonio de la maestría de Da Vinci y del legado de Brambilla.