Ser más consciente de la hora me ha ayudado a tener una visión realista del tiempo que asigno a cada tarea.
Y lo que es más importante: a activar mi cuerpo, aprovechando los avisos para ponerme de pie.
Antes de la Revolución Industrial, saber la hora era cosa de burgueses. La gente trabajaba, literalmente, de sol a sombra. Y las horas del día no eran tan importantes como, por ejemplo, las fases de la luna o las estaciones del año, que dictaban los periodos de siembra y cosecha y las festividades.
Cuando el movimiento obrero logró que se formalizara la jornada laboral, el tiempo acabó democratizándose. Con las fábricas funcionando 24 horas al día gracias a la luz artificial, los relojes se convirtieron en aliados indispensables para marcar las horas individuales de trabajo.
Hoy, las líneas de producción se han transformado en cubículos de oficina o en el trabajo desde casa frente a una pantalla de ordenador, pero nuestros genes siguen siendo los mismos. Y definitivamente, no están preparados para una jornada laboral de ocho horas o más en una silla de oficina frente a un ordenador.
Esta es la breve historia de cómo empecé a medir las horas activamente para intentar ser más productivo y acabé manteniendo la costumbre por una razón aún mejor: los beneficios en mi salud física y mental.
Reloj, no marques las horas. Porque voy a pedírselo a Siri
Todo empezó con un manual de productividad para gente con déficit de atención. Soy de esas personas que solo tienen dos estados: distraerse con una mosca o estar hiperenfocado en una misma tarea durante horas (aunque sea una tarea poco productiva, como investigar la oscura historia familiar de una girlband católica).
El manual incide mucho en la importancia de un planificador diario dividido por horas. Asignar, al principio o al final de la jornada, una franja horaria para cada tarea, incluidas las laborales, las personales y el tiempo de ocio. Me compré unos planificadores de papel, como recomendaba el libro, pero me di cuenta de que me costaba respetar mi propia asignación de tiempos: algunas tareas les comían tiempo a otras.
Como ya tengo unos años y la plasticidad de mi cerebro es la que es, decidí dejar de confiar en mí mismo para delimitar las tareas y pedirle a mi ordenador que anunciara cada hora en punto para ser más consciente del paso del tiempo. Más o menos como el campanario de una iglesia, pero con una voz sintética que dice en alto: «son las doce», «es la una», «son las dos».
En Mac hay una opción «Anunciar la hora» en Ajustes > Centro de control > Reloj > Opciones del reloj. En Windows no hay una opción nativa, pero se puede conseguir con aplicaciones de terceros o un pequeño script. También se puede configurar en muchos relojes inteligentes. En mi caso, preferí el ordenador para confinar el anuncio de las horas en la jornada laboral.
Sé que suena rudimentario, pero la diferencia entre este ‘campanario personal’ y una aplicación de control del tiempo, tipo pomodoro, es que no necesito pulsar ningún botón. Las horas pasan sin importar lo que yo esté haciendo y el ordenador simplemente me informa de ello para que yo sea consciente de cómo voy.
Esto lo puede hacer un campanario, un reloj de cuco o las emisoras de noticias de la radio. El problema es que no les prestaba atención. En cambio, la sacudida que me llevo cada vez que el ordenador me grita que son las tantas tiene en mí un efecto parecido al silbato de vapor de la central nuclear en Homer Simpson.
Mesa arriba, mesa abajo. Mesa arriba, mesa abajo
Sería mentira decir que noté un efecto espectacular en mi productividad con el anuncio de las horas, pero me ayudó a ser más consciente de lo que tardaba en hacer cada tarea y, gracias a esto, hacer una asignación de tiempos más realista en mi planificador diario.
El beneficio sorpresa llegó cuando un amigo, de estos que son fans de Fitness Revolucionario y piden ensalada cuando cenan en una hamburguesería, me dijo que él le pide a su reloj que anuncie las horas para levantarse del escritorio y dar una vuelta de un par de minutos por su terraza.
Entonces conecté puntos. El día que me mudé, hace cosa de un año, vendí mi antigua mesa y me compré un escritorio elevable. Sospecho que ocurre lo mismo con la mayoría de standing desks, pero el mío estaba tristemente infrautilizado para trabajar de pie. Así que, inspirado por mi amigo, probé a ponerlo en modo elevado cuando cada vez que el ordenador anunciaba una hora par. Y a bajarlo cuando anunciaba una hora impar.
El plan estuvo a punto de fracasar cuando, por la falta de costumbre, empezaron a dolerme las rodillas y las plantas de los pies. Lo primero lo solucioné dividiendo a la mitad las horas que trabajaba de pie (dos o tres al día, por la mañana y por la tarde). Lo segundo, comprando una alfombra antifatiga (una pequeña alfombra de goma acolchada) para aliviar los pies.
No sé si es el efecto de sumisión que provoca el reloj marcando las horas o mi anhelo de incorporar cualquier cosa a una rutina mecanizada, pero funcionó. Añadir horas de pie a mi jornada, marcadas por la voz de Siri, que sigue sonando a las en punto, tuvo un efecto gradual en mi salud física. Menos dolores de espalda y, especialmente, de cadera.
Pasar tiempo de pie me lleva a moverme más por la habitación y por la casa, a tener el cuerpo activado más allá de las horas de gimnasio. Y esto me ha ayudado a fortalecer músculos que tenía casi atrofiados por las miles de horas de silla, algo que noto ahora porque ya no me cuesta tanto estar de pie como al principio.
Sé que es solo un pequeño cambio en el conjunto de lo mucho que hay que hacer para conciliar la vida de oficina o del teletrabajo con una vida más saludable. Y sé que no es una experiencia extrapolable a todo el mundo.
Pero en mi caso, ser recordado a cada hora del paso del tiempo me ha ayudado a tener una visión realista de las horas que asigno a cada tarea. Y a frenar el desgaste de mi cuerpo, aprovechando los avisos como un recordatorio para ponerme de pie.
Matías S. Zavia