
En el Hospital de la Amistad China-Japón en PekÃn, un lugar donde el olor a desinfectante se mezcla con el murmullo de los pacientes, el Dr. Zhang observaba con escepticismo inicial cómo un prototipo de Origin M1 interactuaba con un grupo de pacientes con depresión. «Al principio, pensaban que era un juguete, pero después de unos minutos, muchos empezaron a hablar con el robot como si fuera un terapeuta real», cuenta el psiquiatra, mientras recuerda cómo una paciente de 68 años, que llevaba meses sin abrirse con nadie, le confesó al robot sus miedos más profundos después de solo media hora de conversación. «No sé si es la tecnologÃa o la soledad, pero algo en ese robot hizo que se sintiera segura», reflexiona el médico, mientras el prototipo, colocado en un rincón de la sala, gira su cabeza hacia él como si estuviera esperando su turno para hablar.
Este no es un caso aislado. En pruebas realizadas en hospitales, residencias de ancianos y centros de atención al cliente en ciudades como Shanghai y Guangzhou, los resultados han sido sorprendentemente consistentes: las personas no solo aceptan la presencia de Origin M1, sino que responden a sus gestos como si estuvieran interactuando con un ser humano. Cuando el robot inclina la cabeza en señal de escucha activa, los pacientes se abren más sobre sus problemas. Cuando frunce el ceño ante una declaración confusa, los usuarios se esfuerzan por explicarse mejor. «Es como si supiera cuándo guardar silencio y cuándo animarte a seguir hablando», explicó un paciente de 72 años durante una sesión de terapia, mientras el robot asintió lentamente, como si estuviera absorbiendo cada palabra.
Pero esta conexión emocional no está exenta de controversias éticas. «¿Qué pasa cuando un robot simula empatÃa, pero en realidad solo está ejecutando un algoritmo?», cuestiona la Dra. Mei Lin, experta en ética de la inteligencia artificial de la Universidad de Tsinghua. «Estamos creando máquinas que pueden manipular emociones humanas sin realmente entenderlas. ¿No es eso una forma de engaño?», advierte, mientras señala que el 80% de los usuarios en pruebas piloto reportaron sentir una conexión genuina con el robot, a pesar de saber que estaban interactuando con una máquina. Otros crÃticos, como Carlos Sánchez, ingeniero robótico español que ha trabajado en proyectos similares en Europa, señalan que China está avanzando demasiado rápido en un terreno donde Occidente aún debate los lÃmites éticos. «En Europa, aún discutimos si los robots deben tener rostro; en China, ya están creando cabezas que gesticulan como humanos y generan apego emocional», comenta Sánchez, mientras observa un video de Origin M1 interactuando con un niño autista, quien, según los terapeutas, ha mejorado su comunicación gracias a las sesiones con el robot.
Sin embargo, para empresas como AheadForm y para el gobierno chino, el debate ético es secundario frente a la demanda del mercado y las necesidades sociales. Ya tienen pedidos confirmados de hoteles de lujo en Macao, aeropuertos internacionales y centros de atención al cliente que quieren implementar estos robots a partir de 2026. «La gente no solo quiere eficiencia, quiere conexión», explica Li Wei, mientras muestra un video donde Origin M1 ayuda a un anciano a recordar cómo tomar sus medicamentos, no con instrucciones frÃas, sino con un tono de voz cálido y gestos que transmiten paciencia y preocupación. «En una sociedad donde la soledad es una epidemia, estos robots no son un lujo, son una necesidad», añade, mientras el prototipo parpadea y sonrÃe, como si estuviera de acuerdo.