
El presidente Luis Abinader ha desplegado una estrategia diplomática audaz al dirigir cartas personales a los líderes de China y Rusia, Xi Jinping y Vladimir Putin, con el fin de asegurar su apoyo —o al menos su neutralidad— en la votación de la resolución que creó la Fuerza de Supresión de Pandillas en Haití. Estas comunicaciones, enviadas el 1 de septiembre de 2025, buscaban evitar que ambas potencias, con su derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, bloquearan la iniciativa. La resolución, que contaba con el respaldo de Estados Unidos y Panamá, necesitaba el consenso de los miembros permanentes para ser viable, y un veto de China o Rusia habría sido un obstáculo insuperable.
En sus misivas, Abinader subrayó que la crisis en Haití ya no era un problema interno, sino una amenaza regional que afectaba directamente a República Dominicana y, por extensión, a la estabilidad del Caribe. El mandatario advirtió sobre los riesgos de un colapso total en Haití, un escenario que podría tener repercusiones humanitarias y de seguridad en toda la región. Este argumento no solo apelaba a la solidaridad internacional, sino que también destacaba las posibles consecuencias geopolíticas, un aspecto que podría influir en la postura de potencias como China y Rusia, siempre atentas a los equilibrios de poder global.
El resultado de estas gestiones fue determinante: tanto China como Rusia optaron por abstenerse durante la votación en el Consejo de Seguridad, una decisión que, aunque no equivalía a un respaldo explícito, permitió que la resolución avanzara sin ser vetada. Esta abstención, junto con la de Pakistán, fue clave para la aprobación de la resolución 2793, que ahora permite el despliegue de la fuerza multinacional en Haití. Este desenlace demuestra cómo una diplomacia bien planificada y persistente puede lograr resultados significativos, incluso cuando los actores involucrados tienen posturas históricamente cautelosas frente a intervenciones extranjeras.
El compromiso de República Dominicana con esta causa no se limitó a las cartas enviadas a China y Rusia. El gobierno de Abinader también logró unificar las voces de los expresidentes Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina, quienes firmaron una carta conjunta dirigida a los 15 miembros del Consejo de Seguridad. Este gesto de unidad política interna no solo fortaleció la posición dominicana ante la comunidad internacional, sino que también demostró que la crisis haitiana es una prioridad nacional que trasciende las diferencias partidistas. La cohesión en este tema envía un mensaje poderoso sobre la seriedad con la que el país aborda la situación en su vecino.
Lo que está en juego con esta misión es el futuro de Haití y la estabilidad de toda la región del Caribe. Abinader dejó claro en sus comunicaciones que el éxito de esta intervención es indispensable para evitar un «colapso irreversible» del Estado haitiano. La aprobación de la resolución abre una puerta crítica para restaurar el orden público y sentar las bases de una gobernabilidad democrática. Sin embargo, el desafío real apenas comienza: convertir esta oportunidad diplomática en resultados tangibles sobre el terreno requerirá no solo recursos y voluntad política, sino también una coordinación internacional sin precedentes en una región históricamente marcada por la inestabilidad y la violencia.