
El pasado 4 de abril, apenas 24 horas después de que Donald Trump diese a conocer los impuestos que iba a aplicar a la importación de la mayor parte de los productos procedentes del extranjero, la Administración liderada por Xi Jinping respondió. Y lo hizo con contundencia. A principios de diciembre de 2024 optó por prohibir la exportación de algunos minerales críticos a EEUU, entre los que se encontraban tres metales esenciales para la industria de los chips: el galio, el germanio y el antimonio.
Poco después el Gobierno chino añadió dos metales críticos más a su lista de restricciones de exportación: el escandio y el disprosio. Estos elementos químicos son probablemente menos conocidos que los metales prohibidos por China con anterioridad, como el galio o el germanio, pero son cuando menos tan importantes como estos últimos porque tienen un rol fundamental en las industrias de los circuitos integrados, las telecomunicaciones y la fabricación de dispositivos de almacenamiento.
China tiene a Europa a sus pies. La capacidad de ejercer presión de China aún no se había extinguido. Apenas diez días después, el pasado 14 de abril, la Administración no dudó en dar otro paso más hacia delante con el propósito de poner en jaque, además de las industrias que acabo de mencionar, las de los coches eléctricos, la aeronáutica y el armamento avanzado. Para lograrlo suspendió de forma efectiva, además de la exportación de las tierras raras más valiosas, la de los imanes de alta potencia que tienen un rol crítico en las industrias que he citado en este mismo párrafo.
Las autoridades chinas están reteniendo en los puertos de todo el país no solo las tierras raras, sino también los imanes de alta potencia adquiridos por los fabricantes de coches eléctricos de todo el planeta, las compañías aeroespaciales, las fábricas de chips y las empresas de armamento. Muchas de estas organizaciones tienen reservas de imanes de alta potencia elaborados con tierras raras, pero posiblemente solo les permitirán subsistir unos pocos meses.
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