
Acercar a los niños y niñas a la ciencia desde una edad temprana no solo fomenta su curiosidad natural, sino que también contribuye a combatir estereotipos de género en áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM). Según un estudio publicado en PNAS (2017), niñas de tan solo seis años ya comienzan a evitar campos que perciben como “para niños”. Sin embargo, programas de ciencia inclusiva han demostrado ser efectivos para mantener su interés en estas áreas, promoviendo la equidad de género desde la infancia.
La exposición temprana a actividades científicas estimula el pensamiento crítico y la capacidad de resolución de problemas. De acuerdo con la American Psychological Association, la ciencia en la infancia fomenta habilidades como el razonamiento lógico, la observación y la toma de decisiones fundamentadas. Un ejemplo de esto es un estudio publicado en Science Education (2014), que demostró que los programas de ciencia temprana mejoran significativamente la habilidad de formular hipótesis y evaluar evidencia en niños de preescolar.
Otro beneficio clave es el desarrollo de la curiosidad natural y la motivación intrínseca. Según un artículo de Developmental Psychology (2010), la ciencia aprovecha la tendencia innata de los niños a explorar y cuestionar, fortaleciendo su autonomía cognitiva y su deseo de aprender. Actividades como experimentos simples o la observación de fenómenos naturales activan el sistema de recompensa del cerebro, lo que fomenta un aprendizaje activo y sostenido.
Además, la ciencia temprana tiene un impacto positivo en las habilidades del lenguaje y la comunicación. Hablar de ciencia implica describir procesos, formular preguntas y explicar hallazgos, lo que estimula el desarrollo del lenguaje académico y la expresión verbal. La ciencia también enseña a los niños a formular preguntas e intentar contrastar las hipótesis siguiendo un método, lo cual les ayuda a desarrollar el pensamiento lógico y a pensar por su cuenta, potenciando un pensamiento más libre y autónomo.