
La fotografía difundida por Hamás este sábado no era una simple imagen, sino un mensaje dirigido con precisión quirúrgica a dos audiencias: el gobierno israelí y la comunidad internacional. En ella aparecían los rostros de 46 de los 48 rehenes que el grupo aún retiene en Gaza, cuidadosamente dispuestos como fichas en un tablero donde cada movimiento militar israelí podría significar su sentencia final. Lo más inquietante no era solo la presencia de civiles y soldados secuestrados el pasado 7 de octubre, sino la inclusión estratégica de una figura del pasado: el piloto Ron Arad, cuya captura en 1986 por Hezbolá y posterior desaparición se convirtió en un trauma nacional para Israel. Al colocar su imagen en blanco y negro al inicio del montaje, Hamás no solo recordaba un caso sin resolver, sino que trazaba un paralelismo siniestro: si Israel no detiene su ofensiva, estos rehenes podrían compartir el mismo destino de incertidumbre eterna.
El grupo islamista no dejó espacio para interpretaciones ambiguas. En un comunicado difundido a través de Telegram, sus Brigadas Al-Qassam fueron explícitas: «El inicio de esta ofensiva significa que no obtendréis rehenes, ni vivos ni muertos». La advertencia venía acompañada de una descripción deliberadamente vaga sobre la ubicación de los cautivos —«dispersos en los barrios de Gaza»—, una táctica calculada para disuadir cualquier operación de rescate y, al mismo tiempo, aumentar el riesgo de bajas civiles en los bombardeos israelíes. Mientras tanto, en Jerusalén, el primer ministro Benjamín Netanyahu y su jefe del Estado Mayor, Eyal Zamir, mantenían su postura de no ceder ante lo que calificaron como «chantaje terrorista», aunque fuentes de inteligencia israelí reconocieron en privado que, de los 48 rehenes originales, apenas 20 podrían seguir con vida.
La confusión se extendió hasta Washington, donde el presidente Donald Trump añadió una capa de incertidumbre con declaraciones contradictorias. En un primer momento, sugirió que el número de rehenes vivos era «probablemente menor» al estimado por Israel, pero horas después, sin aportar pruebas, afirmó que **»32 están muertos, tal vez 38″*. Estas cifras, imposibles de verificar de manera independiente, no solo reflejaban la opacidad que rodea a las negociaciones, sino que también ponían en evidencia las tensiones entre aliados: mientras Israel insiste en que no negociará bajo presión, Estados Unidos enfrenta crecientes preguntas sobre su capacidad para proteger a sus dos ciudadanos secuestrados, Itay Chen y Omer Neutra, cuyos familiares han denunciado la falta de un plan concreto para su liberación.
Lo que hace especialmente cruel esta estrategia de Hamás es su doble función: por un lado, sirve como escudo humano para disuadir los ataques israelíes; por otro, explotar el dolor de las familias como arma mediática. Entre los rehenes hay historias que rara vez trascienden: como la de Bipin Joshi, el ciudadano nepalí cuyo secuestro pasó casi desapercibido en los medios, o la de los dos tailandeses cuya exclusión de la fotografía difundida este sábado ha llevado a especular con lo peor. Mientras, en las calles de Tel Aviv y Jerusalén, miles de personas exigen al gobierno que priorice el rescate de los cautivos por encima de los objetivos militares, un dilema que Netanyahu parece incapaz de resolver sin pagar un costo político devastador.
El tiempo se agota. La ofensiva israelí avanza hacia el corazón de Gaza, y con cada metro ganado por las tropas, Hamás gana también poder de negociación. La pregunta que pocos se atreven a responder en voz alta es si, en este juego de ajedrez donde las vidas humanas son peones, alguien está dispuesto a ceder primero. Lo único claro es que, mientras las partes se acusan mutuamente, los rehenes siguen atrapados en un limbo donde la línea entre la esperanza y la tragedia se desvanece con cada hora que pasa.