
Cuando muere o renuncia un Papa, comienza el cónclave, un ritual ancestral que define el futuro espiritual de millones de fieles. Este evento se lleva a cabo dentro de la Capilla Sixtina, donde los cardenales electores quedan aislados del mundo exterior hasta que se alcanza un acuerdo.
Los tiempos modernos han permitido procesos rápidos. Por ejemplo, en 2013 se eligió al Papa Francisco en tan solo dos días. Pero en la historia hay casos extremos, como el cónclave de Viterbo (1268-1271), que duró casi tres años. Las autoridades locales llegaron incluso a encerrar a los cardenales y limitarles la comida.
Actualmente, la elección se hace mediante voto secreto. Cada cardenal escribe el nombre de su candidato detrás de la frase latina “Eligo in Summum Pontificem” y lo deposita en un recipiente ceremonial. No se permite votarse a sí mismo, y se requiere al menos el 66% de los votos para ser elegido.
El cierre del cónclave se anuncia con el color del humo que sale de la chimenea: negro si aún no hay Papa, blanco si ya hay un nuevo Pontífice. Luego, se escucha el repique de las campanas y el histórico anuncio desde el balcón: «Habemus Papam» .
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