
Shivonne Thompson soñaba con un lugar al que llamar hogar. En 2015, con 34 años y cinco sin un techo sobre su cabeza, le confesó a un periodista su mayor temor: morir en las calles de Nueva York. Diez años después, su cuerpo fue encontrado sin vida bajo un paso elevado en Harlem, estrangulada hasta la muerte. Su historia es la de miles de personas sin hogar en la ciudad, pero también es un testimonio de resistencia y de las fallas de un sistema que las abandona una y otra vez.
Nacida en el Bronx, Thompson luchó contra la esquizofrenia y la falta de vivienda durante gran parte de su vida adulta. En la entrevista de 2015, describió cómo sobrevivía con $820 mensuales de su cheque por discapacidad, una cantidad insuficiente para pagar el alquiler en Nueva York. Pasaba sus días en bibliotecas públicas, buscando trabajo sin éxito y tomando medicamentos para su condición. «Mi madre está en Brooklyn y me dice que no llore, que todo va a estar bien», recordaba, pero su voz delataba la desesperanza de quien sabe que las promesas de que «todo va a estar bien» rara vez se cumplen para quienes viven en las calles.
A pesar de sus circunstancias, Thompson nunca dejó de luchar. Se inscribió en la lista de espera para un apartamento de NYCHA, donde ocupaba el puesto 1,000. Buscaba trabajo incansablemente, aunque sin éxito. Y aunque su esquizofrenia le presentaba desafíos diarios, seguía tomando sus medicamentos y tratando de mantener cierta normalidad en su vida. «Lo estoy haciendo todo bien, pero no puedo salir de la calle», declaró en 2015, una frase que resume la frustración de quienes hacen todo lo posible para mejorar su situación, pero se enfrentan a un sistema que no les ofrece oportunidades reales.
El 1 de julio de 2025, el cuerpo de Thompson fue encontrado bajo el paso elevado de Harlem River Drive. Había sido estrangulada hasta la muerte, con múltiples traumatismos en cabeza, cuello y torso. Las autoridades acusaron a Audoine Amazan, un hombre con antecedentes de agresiones contra mujeres sin hogar, de su asesinato. Las cámaras de seguridad lo capturaron acercándose a Thompson horas antes de que su cuerpo fuera descubierto.
Lo que hace la historia de Thompson particularmente trágica es que su muerte era exactamente lo que más temía. En 2015, había dicho: «Me da miedo estar aquí en invierno. Tengo miedo de morir en la calle». Su miedo se cumplió no en invierno, sino en pleno verano, pero el resultado fue el mismo: una muerte violenta en las calles que tanto temía. Su caso ha reavivado el debate sobre la crisis de personas sin hogar en Nueva York, donde más de 80,000 personas duermen en refugios o en las calles cada noche.
Pero la historia de Thompson también es un recordatorio de la resiliencia humana. A pesar de sus circunstancias, nunca dejó de buscar una salida. Seguía intentando, día tras día, año tras año. Su muerte no solo es una tragedia individual, sino un fracaso colectivo. Un sistema que no proporciona vivienda asequible, que no ofrece suficientes servicios de salud mental, y que no protege a sus ciudadanos más vulnerables, es un sistema que falla en su función más básica.
Mientras la ciudad llora la pérdida de Thompson, muchos se preguntan qué se podría haber hecho para evitar su muerte. ¿Más refugios para mujeres? ¿Mejor acceso a servicios de salud mental? ¿Programas de vivienda realmente asequibles? Su historia nos obliga a mirar de frente las fallas de nuestra sociedad y a preguntarnos: ¿Cuántas Shivonne Thompson más tendrán que morir en las calles antes de que algo cambie?