
Manila, Filipinas, 30 de septiembre de 2025 — El terremoto de magnitud 6.9 que sacudió la región central de Filipinas esta semana dejó un saldo trágico de al menos 20 muertos, decenas de heridos y daños materiales que las autoridades aún intentan cuantificar. Pero más allá de las cifras, lo que realmente define este desastre es la respuesta de una nación que, una vez más, demuestra su capacidad para unirse y superar la adversidad. Según datos del Instituto Filipino de Vulcanología y Sismología (Phivolcs), el sismo tuvo su epicentro cerca de la ciudad de Bogo, en la provincia de Cebú, a solo 10 kilómetros de profundidad, lo que intensificó su impacto en la superficie y generó una serie de réplicas que mantuvieron a la población en vilo durante horas. Las réplicas, que incluyeron movimientos de 5.0, 5.1 y 3.8 de magnitud, recordaron a los residentes que el peligro no había terminado, incluso después de que se levantara la alerta de tsunami que inicialmente se emitió para las provincias de Leyte, Cebú y Biliran.
El balance de daños es abrumador. La gobernadora provincial, Pam Baricuatro, informó que varios puentes y carreteras resultaron gravemente dañados, lo que dificulta el acceso de los equipos de rescate a las zonas más afectadas. Además, se confirmó el colapso de un centro educativo en la isla de Bantayan, un hecho que generó particular preocupación debido a la posibilidad de que hubiera niños en el lugar al momento del sismo. «Las autoridades locales están evaluando el alcance de los daños y comprobando si hay posibles heridos atrapados bajo los escombros», escribió Baricuatro en sus redes sociales, donde también compartió imágenes del derrumbamiento parcial de la iglesia de Santa Rosa de Lima, un templo histórico construido en 1858 en el municipio de Daanbantayan. «Es un golpe al corazón de nuestra comunidad. Esa iglesia ha sido testigo de generaciones, y ahora está herida», lamentó el padre José Alvarez, párroco del templo.
Pero en medio de la destrucción, han surgido historias de esperanza y resiliencia. Vecinos ayudando a vecinos, voluntarios organizando refugios temporales y comunidades enteras unidas para superar la tragedia. «Perder mi casa es doloroso, pero lo que más me duele es ver a mis vecinos sufriendo. Todos estamos en esto juntos», dijo Lourdes Fernandez, una maestra que ahora ayuda a organizar la distribución de alimentos y agua en un centro de evacuación. Mientras tanto, las autoridades han desplegado equipos de emergencia para evaluar los daños y coordinar las labores de rescate, pero el acceso a algunas zonas sigue siendo difícil debido a los derrumbes y las carreteras bloqueadas. «Estamos haciendo todo lo posible para llegar a las comunidades afectadas, pero la magnitud del desastre es abrumadora», declaró un portavoz de la Oficina de Defensa Civil de Filipinas, quien también advirtió que las réplicas podrían continuar durante los próximos días.
Lo que hace este terremoto particularmente devastador es su momento y ubicación. Filipinas, un archipiélago de más de 7,000 islas, se encuentra en el Anillo de Fuego del Pacífico, una zona conocida por su intensa actividad sísmica y volcánica. Cada año, el país registra miles de terremotos, la mayoría de baja magnitud, pero cuando ocurren movimientos como el de esta semana, las consecuencias pueden ser catastróficas. «Estaba viendo la televisión con mi familia cuando de repente todo comenzó a moverse. Los niños gritaban, los muebles caían… Fue como si el mundo se acabara», relató Maria Santos, una residente de Bogo que perdió su hogar y ahora duerme en un refugio temporal junto a decenas de personas en situaciones similares. Santos es solo una de las miles de personas afectadas que ahora enfrentan la incertidumbre de no saber cuándo podrán regresar a sus hogares, o si quedarán en pie cuando lo hagan.