
El 26 de septiembre de 2025 quedará registrado como el día en que Luis Abinader desafió el statu quo diplomático al insistir en que Donald Trump tiene un lugar en la X Cumbre de las Américas. La invitación, lejos de ser un simple protocolo, es un guiño estratégico a Estados Unidos en un momento en que la relación entre ambos países atraviesa una etapa de redefinición. Con este gesto, el mandatario dominicano envía un mensaje claro: su gobierno no tomará partido en las disputas ideológicas que dividen al continente.
Trump, cuya sombra sigue extendiéndose sobre la política exterior estadounidense, es una carta de doble filo. Por un lado, su presencia garantizaría que el evento tenga un impacto mediático global; por otro, su retórica podría ahondar las divisiones en una región ya de por sí polarizada. Durante su mandato, sus políticas hacia Latinoamérica se caracterizaron por la presión migratoria, los aranceles comerciales y un discurso que muchos percibieron como despectivo. ¿Están preparados los líderes latinoamericanos para enfrentarlo en un escenario multilateral?
La cumbre, que se celebrará en Punta Cana, será la segunda vez que República Dominicana asuma el rol de anfitriona. En 2000, bajo el gobierno de Hipólito Mejía, el evento transcurrió sin mayores sobresaltos, pero el contexto actual es radicalmente distinto. Hoy, la región está sacudida por crisis políticas, desde el golpe en Perú hasta la inestabilidad en Haití, y cualquier chispa podría encender un incendio diplomático. Abinader, consciente de esto, ha optado por una postura de «neutralidad activa», buscando equilibrar intereses sin cerrar puertas.
Más allá de las personalidades, la cumbre debe abordar temas urgentes, como la adaptación al cambio climático —un asunto crítico para las islas del Caribe— y la lucha contra la corrupción, un flagelo que frena el desarrollo. La pregunta es si los líderes lograrán enfocarse en estos temas o si, por el contrario, la atención se desviará hacia los roces personales. El gobierno dominicano ha prometido una agenda «técnica y propositiva», pero la realidad suele ser más compleja.
Mientras la fecha se acerca, el mundo observará cómo se desarrolla este ajedrez diplomático. Si Trump acepta la invitación, su participación podría ser un punto de inflexión en las relaciones hemisféricas. Si la rechaza, la cumbre perderá relevancia mediática, pero quizá gane en productividad. En cualquier caso, Abinader ya ha dejado claro que, para bien o para mal, República Dominicana no eludirá su responsabilidad como anfitriona.